* El 12 de diciembre una bala le desinfló el pulmón
derecho
Rogelio Agustín Esteban/SNI
CHILPANCINGO, GRO. “Sentí un empujón en la espalda y pensé
que era un cartucho de goma, cuando me levanté la camisa saltó un chorro de
sangre, entonces caminé hacia los federales para pedir su ayuda pero me
advirtieron que si me quedaba me iría peor”, relata Edgar David Espíritu
Olmedo, un estudiante de la Normal Rural de Ayotzinapa que el 12 de diciembre
de 2011 fue atravesado por una bala que le rozó el pulmón derecho y se lo
desinfló.
“Los federales estaban de frente, los policías
ministeriales de lado y los del estado más dispersos. Yo agarré una piedra con
la intención de amagar y alejarme del lugar, pues casi me había quedado solo y
muchos compañeros eran sometidos”, relata el joven de 21 años.
“Me agacho, agarro la piedra y al levantarme sentí un
impacto, fue como si alguien me empujara y pensé que era un cartucho de goma,
entonces me levanto la camisa y sale un chorro de sangre. Tenía un agujero más
o menos de este tamaño”, comenta mientras con sus manos forma una
circunferencia de aproximados cinco centímetros de diámetro.
“Al observar la herida camino hacia adelante y le pido
ayuda a los federales, pero ellos me dicen –vete de aquí cabrón porque te va a
ir peor-, entonces me resigné y regresé con mis compañeros, pero cuando voy
hacia ellos mi amigo Alexis (Herrera Pino) ya estaba tirado y convulsionando en
el suelo”.
Su primer reacción fue de levantar al compañero, pero la
sangre perdida casi le provoca un desmayo, otros normalistas que estaban cerca
lo subieron a una Urvan y en ella lo trasladan hacia una ambulancia de
Protección Civil.
Los paramédicos de PC lo llevaron a la clínica del
ISSSTE. Antes de llegar lo intercepta una patrulla de la Policía Federal (PF),
un elemento preguntó sobre quien era y de donde lo traían, la respuesta de los
paramédicos fue en el sentido de que no lo conocían e ignoraban como se le
había producido la herida.
“Se metió un federal, se me quedó viendo y después le
dijo al paramédico -llévatelo pero ahorita-, como dando a entender que antes de
que se arrepintiera”.
Entonces llegó al ISSSTE, en donde recuerda que esperó
hasta las 11 de la noche para que lo conectaran a un sello de agua, aparato que
comenzó a drenar la sangre que había invadido su pulmón derecho.
El paso de la bala a través de su cuerpo tuvo secuelas,
Edgar David señala que padece de afectaciones derivadas de la fibrosis, tiene
nervios y músculos dañados, más problemas sicológicos que le impiden tener una
vida normal.
Sostiene que siempre estuvo consciente y que en el área
de recuperación casi no dejaban entrar a su familia, sin embargo, una madrugada
entró personal de la Procuraduría General de Justicia (PGJ) encabezado por una
mujer.
“Era una señora que me dijo que me tomaría mis huellas,
mis datos y me ordenó que firmara unas hojas, además me anticipó que me sacaría
sangre. Como pude me negué y le dije que no haría nada hasta no estar con un
abogado”.
Personal del mismo hospital le avisó a la madre lo que
ocurría, que en la habitación de Edgar había personas extrañas y esta intervino
de inmediato, ella les gritó que a su hijo no lo tacaran.
Le habían desconectado el sello de agua y tuvo algunas
consecuencias leves, aunque se recuperó favorablemente.
El acecho se prolongó durante varios días, hasta que lo
dieron de alta y abandonó en lugar de manera discreta.
Amenazas
Las amenazas contra la familia de Edgar son constantes,
pues de manera recurrente grupos de personas se acercan a su padre, un hombre
que padece diabetes para señalarle que conocen a su hijo, saben donde vive y
que en cualquier momento lo pueden agredir.
“Una vez nos hablaron para decirme que mi mamá estaba
muerta y hasta nos indicaron el lugar donde estaba tirada, todo fue una falsa
alarma”, denunció.
Edgar tiene de manera permanente la cara cubierta con un
cubre bocas, el polvo le hace daño, se agita rápidamente y su pulmón derecho
prácticamente está inutilizado.
“Mi pulmón se desinfló y prácticamente se llenó de
sangre, toda esa cavidad quedó muy afectada y eso me mantiene bajo un tratamiento constante”, destaca.
Sostiene que cada que ve un policía tiene la impresión de
que lo pueden agredir.
Ya cumplió 21 años, en el momento del desalojo acababa de
llegar a las dos décadas y está sujeto a un tratamiento sicológico intenso.
Está en el cuarto año de la carrera, su promedio escolar
es de 8.5 y hasta el momento es el más avanzado de su grupo.
Antes del balazo en la carretera estaba en el club de
danza de la normal.
Edgar sostiene que aspira reincorporarse en cuanto tenga
una mejoría, aunque sea para participar en algunos ensayos y no perder la
sensibilidad que otorga el arte.
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